Mi costilla.


Sentí el peso ligero de un cuerpo de mujer brotando sobre mi torso; cálido, pulcro.
Rozaba mis costillas con sus labios de terciopelo. Yo, febril, lloraba.
Las sábanas cubrían algún fragmento de mis piernas y mis pies helados; el resto de mi miserable ser se hallaba a la deriva, suplicando clemencia.
Mis dedos, asustados, trataban de no tropezar con la doncella que allí yacía, sobre mí. Mas ambos cuerpos ya eran sólo uno.

Despierto entre acordes.
Asustada.
Tengo miedo.
El deseo más agresivo es, ahora, la aspiración más pura.
Ella, pálida, noble, ahora es libre.
Inocente, se siente intacta.
Y yo, confusa; ella, mi musa.
¡Vuelve!

A las nubes de su pelo, a sus barcos de papel, a sus pómulos rosados, a su vestido de flores. Quiero volver.
A sus tobillos delgados, a sus huesos, a sus sueños.
¡Vuelve, mi lira!

Vuelve a brotar sobre mí.




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