No sé cómo decir lo que siento, busco
la manera, y comprendo que ese es todo mi sentimiento. Soy un triste
aventurero, vagabundo en tierra de nadie. Me abro paso entre plantas
silenciosas, machete en mano, corte a corte, su sangre verde mancha
mis altas botas y mi abrigo largo.
Templos paganos se alzan en las islas
de los piratas... el oeste en la proa y el norte sobre mi cabeza ¡El
barco tocó fondo, y los peces se enredan entre mis cabellos!
Adam Bonny, así me aclaman mis
hombres. Mi amado me llama Anne, y para vos no seré más que la
Hundido.
No queda más de mi historia que el
sobrenombre de un fantasma, rojo como la sangre, como una nube roja
al atardecer.
Recuerdo cómo le amaba, antes de que lo
colgaran como a un perro y su cuerpo se secara al sol... no quedó
nada que amar, su pellejo era duro y sus huesos amarilleaban entre
sus ropajes.
Te amaba, Rey Pirata, juntos surcamos
el mar y nuestras almas el cielo naranja.
No sabías del sufrimiento, ni del amor
a lo que brotaría de mis entrañas... maldigo a tu captor, al Rey
Inglés y su cazador.
No buscabas la libertad, ni el tesoro
de las Bahamas, pues de ambos tenías para hundir mil barcos.
Buscabas mi alma.
Rey Profeta, Dios... Líbrame de mi
cuerpo, líbrame de mis males: quiero ser otro y otra.
¿Recuerdas cuando bajábamos a las
islas y gastábamos el dinero que ninguno de los dos tenía? Yo era
la Tempestad, no la Hundido...
No mostraste compasión, me liberaste,
y mataste a mi padre. “¡Y asesinaremos a todo aquél que no
podamos arrastrar al mar!”
Busco ser yo... te necesito ¿nadie me
puede llevar al mar? Quiero oler la sal...
Ahora soy Hundido; estoy aquí, puta de
bar, ni noble ni pirata, sacio a ricos y pobres.
Soy un cuerpo náufrago de vuestro mar.