Epitafio frente al Océano

EN MEMORIA DE

Sebastián Vulmén


"Con añoranza observo,
el atardecer dorado antes del negro.
Solo, en mi tumba, mientras la luz se va,
sin más compañía que la espuma del mar."

RIP



Todas las flores florecen después de la tormenta.


Grises, los jirones de su piel caían como copos de nieve: pájaros sin alas.
En las palmas de sus manos, áridas,  se desvanecía el color ocre; y sus ojos, sombríos, pesaban sobre el gotelé.
Las orillas de sus labios agrietados ya no descosían los puntos de sutura, ya no sonreían.
Y el puño de sangre que le ataba a la vida, rendido, goteaba…

Qué pulcra era su figura esbelta, tan delicada, fundida en una cama, del color mismo de las paredes frías.
Las lágrimas se confundían, y desbordaban sus órganos, en vez de sus lacrimales.
Impulsos nerviosos color melocotón golpeaban de vez en cuando sus mejillas, devolviéndole su olvidado color.

¿Qué fue de su fuerza de araña, de su luna? ¿Qué fue de su primavera?

Que no sienta temor, yo le observo desde el otro lado de las nubes, sentada en un arcoíris, esperando que vuelva cuando termine su tormenta.
Siempre llueve sobre los valientes, sobre quien no teme empaparse.
Que no dude, yo seré su abrigo.

Y florecerán de nuevo sus pétalos rosados, y sus espinas volverán a ser letales.
Que no tema, volverá a caminar bajo esta atmósfera celeste.



Yo con mis sombras I


Me acompañan las voces que claman desde la sombra:
Nunca nos hemos marchado.

¿No has visto mi pobre cuerpo?
No ves nada, estás cegado...
Me he caído, he sido derrotado,
y tu sigues en pie,
Sobre otro hombre calcinado.

Otro hombre muerto en vano.

¿Tengo que abrirme en dos
para que veas mi dolor?
¿No te basta el crujir de mis huesos
entre los dientes de esta bestia descomunal?

Es un demonio ancestral, de los tiempos del Dios vivo.

Pero ahora ese Dios está muerto,
entre todos lo hemos devorado.

Tomad, y comédmela todos a mí”

Pero ahora
que he caído y he sido derrotado
ya no estoy cansado,
(te has dormido)
me he levantado.

Que no te ciegue la ilusión.

¿Importa acaso?
Ni siquiera leo
lo que he escrito antes,
el camino se hace caminando.

Sin mirar atrás, sin seguir rutas o atajos.

Adiós, ayer te veo,
mañana tocaréis a muerto.

Suenan las campanas en un valle eterno, verde y calmo. No queda de ti más que tela, hueso y algo blanco. No importa lo que hagas, no podrás evitarlo. Nada importa, los errores no tienen solución. Los errores sin solución no existen, son solo hechos. El pasado no existe, no es bueno o malo. No existe el tiempo, es solo un engaño, la vida es eterna, el viento golpea las paredes del valle, el agua azul de la mañana, el cielo siguen ahí y después de que tú ya te hayas marchado, todo sigue, te recuerdan las campanas,los demás te han olvidado, no queda nada, solo un rumor apagado...










Finales = Principios

Este es el final de la poesía rápida.

Este es el principio de la poesía otra.

Diálogo


Habla SV:

Arde fuego en mi boca
en mis manos y mi cabeza
y caen los rayos a mi alrededor.

Trabajo duro por no quemarme
es bastante
es difícil no ser arrogante
¡soy un dios!
Y mi mente vuestro infierno.

Me abro con grandes finales,
no me sacude el viento,
soy profundo como la noche.
Blanco como la luna,
solo conozco la vida,
soy inmortal.

Soy pura ilusión, pura mentira...
Engáñate,
hola, es un placer.

¿Notas el cañón en tu paladar?
Vete, vete
¡Adiós!
Húndete en mi infierno.



Habla AC:

Pobre asesino
¿no sientes mi asco?
Careces del don.

No ves
ese ardiente poder
que mi palabra tiene.

Pobre asesino
¿no te gusta
el color del amanecer?
Es más puro que toda tu maldad.



Habla SV,
que ahora es mortal:

No me importas
no llega a mí tu poder
húndete en mi infierno.

Si no escupo tus palabras
seré un superviviente.
No eres un vidente ¡Morirás como yo!



Habla AC,
que ahora es vidente:

No me importa el cuchillo que pesa sobre mi cuello, pues no eres tú quien lo hunde, cobarde dios muerto, sucio como la vida, blanco es tu infierno. Soy hijo de mis hijos, soy producto de mí mismo. Soy genio de lengua dorada, y belleza inalcanzable, polvo mundano y corazón de ave. Todos hemos de morir por nuestras manos, pues no somos nacimiento, somos muerte, lenta muerte. No nos definen nuestros padres, ni el día en que llegamos a este mundo, sino nuestra muerte, el último día. Allí, en el último segundo, sabrás quién eres.



Habla SV,
que peregrina en busca de sí mismo:

¿No es ahora, entonces,
toda vida una estupidez?

Camino que no vas a ninguna parte
si Dios está ahí ¿por qué nos hace vivir?

Si es para elegir, me sobra libertad.
Pecaré contra ti, “Señor”.



Habla AC,
maestro del pecado:

No lo has comprendido,
debes cegarte
para ver
pero no ser visto.



Habla SV,
con conocimiento:

Pero nadie te ha Olvidado.



Habla AC
(o tal vez solo lo he soñado)

Claro que no.
Se que tú me sigues hablando.




Sin Título ni Significado.


La lluvia ha viajado
desde muy lejos hasta mi corazón
enterrado entre mis costillas,
siete años,
amores perdidos
y vientos olvidados.

He flotado en el aire,
sentido el alma de los caminantes
y ¿Sabes qué?
A ninguno lo amé
como a ti te amé.

Te he dado las gracias
este es mi adiós,
tú ya me has olvidado
No me importa...
seguiré andando.

Carecen de sentido
estos versos rancios...
¡Basta de gilipolleces,
idiota romántico!



Larvas.

Cuervos y, sobre todo, palomas, condensan el estómago sangrante del gran gusano subterráneo.
Un colibrí desorientado se desliza contra su voluntad  por el interior del intestino, chocando contra las paredes viscosas de éste; y con el resto de pájaros carroñeros.

Las palomas, que caminan con las alas cerradas, dormidas y podridas, picotean al gusano, aferrándose a él como si de un manjar se tratase. El gusano las lleva hacia aquellos lugares que, si por sus alas fuese, jamás conocerían.

Los cuervos son diferentes. Están allí, pero en menor número. No llega a desagradarles el olor húmedo del gusano, pero no se atreven a rozarle. Sus alas, coloreadas de un negro elegante, han surcado cielos a poca altura y han visto las nubes a escasos metros de sus picos; siempre antes de esquivarlas con cobardía.

Y el colibrí... el pequeño colibrí no sabe qué hace allí. Él ha habitado nubes grises y ha volado hasta fracturarse las alas; siempre para conocer otros cielos, para huir de los gusanos.
Sin embargo, ¿de qué le ha servido perfeccionar su vuelo, pulir sus alas? Si al final ha ido a parar al mismo estercolero cárnico que los cuervos y, peor, que las palomas.

El único que ha buscado la felicidad es el colibrí y es, allí dentro, el único que está triste.

Ha decidido arrancarse las plumas y aceptar el órgano podrido en el que vive.


La invisible

Tras el resurgimiento de los Poetas, me incorporo yo al elenco.
Yo, la piedra angular de este blog. Invisible, quizá no volveré a escribir más entradas, pero estaré ahí siempre.
Invisible, pero visible.
En las sombras, pero dando luz.

Islas del Oeste


No sé cómo decir lo que siento, busco la manera, y comprendo que ese es todo mi sentimiento. Soy un triste aventurero, vagabundo en tierra de nadie. Me abro paso entre plantas silenciosas, machete en mano, corte a corte, su sangre verde mancha mis altas botas y mi abrigo largo.

Templos paganos se alzan en las islas de los piratas... el oeste en la proa y el norte sobre mi cabeza ¡El barco tocó fondo, y los peces se enredan entre mis cabellos!

Adam Bonny, así me aclaman mis hombres. Mi amado me llama Anne, y para vos no seré más que la Hundido.

No queda más de mi historia que el sobrenombre de un fantasma, rojo como la sangre, como una nube roja al atardecer.

Recuerdo cómo le amaba, antes de que lo colgaran como a un perro y su cuerpo se secara al sol... no quedó nada que amar, su pellejo era duro y sus huesos amarilleaban entre sus ropajes.

Te amaba, Rey Pirata, juntos surcamos el mar y nuestras almas el cielo naranja.

No sabías del sufrimiento, ni del amor a lo que brotaría de mis entrañas... maldigo a tu captor, al Rey Inglés y su cazador.

No buscabas la libertad, ni el tesoro de las Bahamas, pues de ambos tenías para hundir mil barcos.

Buscabas mi alma.

Rey Profeta, Dios... Líbrame de mi cuerpo, líbrame de mis males: quiero ser otro y otra.

¿Recuerdas cuando bajábamos a las islas y gastábamos el dinero que ninguno de los dos tenía? Yo era la Tempestad, no la Hundido...

No mostraste compasión, me liberaste, y mataste a mi padre. “¡Y asesinaremos a todo aquél que no podamos arrastrar al mar!”

Busco ser yo... te necesito ¿nadie me puede llevar al mar? Quiero oler la sal...

Ahora soy Hundido; estoy aquí, puta de bar, ni noble ni pirata, sacio a ricos y pobres.

Soy un cuerpo náufrago de vuestro mar.



Mi costilla.


Sentí el peso ligero de un cuerpo de mujer brotando sobre mi torso; cálido, pulcro.
Rozaba mis costillas con sus labios de terciopelo. Yo, febril, lloraba.
Las sábanas cubrían algún fragmento de mis piernas y mis pies helados; el resto de mi miserable ser se hallaba a la deriva, suplicando clemencia.
Mis dedos, asustados, trataban de no tropezar con la doncella que allí yacía, sobre mí. Mas ambos cuerpos ya eran sólo uno.

Despierto entre acordes.
Asustada.
Tengo miedo.
El deseo más agresivo es, ahora, la aspiración más pura.
Ella, pálida, noble, ahora es libre.
Inocente, se siente intacta.
Y yo, confusa; ella, mi musa.
¡Vuelve!

A las nubes de su pelo, a sus barcos de papel, a sus pómulos rosados, a su vestido de flores. Quiero volver.
A sus tobillos delgados, a sus huesos, a sus sueños.
¡Vuelve, mi lira!

Vuelve a brotar sobre mí.