El Vampiro


Y entre el humo de obscuro verde
en la primera cama de la noche
alzo el canto poderoso del llanto
de un placer sombrío y desesperado.

Alzando un cuerpo blanco
fino quebradizo y blando
araño las sabanas
y mancho mis zapatos...

...con el barro de mil parques
entre bancos y zarzales
sin prisa, con desesperada calma
de coche en coche, de cama en cama.

Solo en mi rincón
con lagrimas, mis lagrimas
y esas lagrimas rosadas
desangro una vida con engaño.

Y con el maquillaje
corrido, corriendo abajo
del corredor al sótano,
temblando, extasiado...

...vuelvo a la tumba
con sabor de sangre,
de tristeza roja...
muerto de hambre.


Am[arte].

Te adheriste a mis peldaños,
que son ruinas acrílicas;
tinta resquebrajada,
pinceladas metafísicas.

No penetraste ni una de mis líneas
que rasgaban el pliego de mis papiros,
te acercaste a mis cuadernos
y no oíste mis suspiros.

No asimilas el arte que es amarte,
ni el por qué tú eres mis versos.
¿No te duelen los labios
cuando rimo tus besos?

Sigue brillando
desde tu desconocimiento,
yo me encargaré
de convertirte en pincelada;
aunque cuando te observes
en mi obra de arte
sé que sólo verás NADA.

Reencarnación de mi alma en rima.

Encontré sus lápices
entre tus poesías,
y me di cuenta
de que yo ya no era tu musa.

Me abracé a tus versos
y, por primera vez,
cubierta de ellos
me sentí desnuda.

Lloré.

Lloré por haberte perdido,
por haber fracasado
en mi intento
de existir contigo.

Y lágrimas negras cayeron
de mi ser hacia un cuaderno,
donde intenté resucitarte
entre los versos más bellos.

Me faltaron palabras,
me sobró existencia;
y sólo la tinta roja de mis muñecas
logró escribirte entre un par de letras.

Allí estabas otra vez;
cada delicada vocal
al final de una frase
rozaba tu tez.

Fuiste la cómplice poesía
de mi muerte más fría;
de la reencarnación
de mi alma en rima.

Fuiste mi última musa,
la definitiva,
la que puso el punto final
a mi negra poesía.



¿Y ahora qué?


Todos esos dibujos...
Y piensas:
“¿Ahora qué?”
Desastre, desesperación,
cada día
igual al anterior,
monotonía:
cielo gris, calles negras,
¿Que está ocurriendo
ahí fuera?
Salgo a la luz
y me doy cuenta
de que nada sirve
de que todo vale
de que no se
si seré recordado,
ni me importa.

No me casaré jamas
ni con hombre ni con arte.


Todo lo haré con un objetivo
no ser nada:
monotonía,
calles grises cielo negro,
nada más que el silencio,
nada más que el vacío,
justo aquí,
nadie conmigo,
más que yo mismo.


Lejos de la Rosa



Lejos,
lejos del rosa,
tú, mi rosa,
lejos de la rosa,
entre la violeta y el geranio,
tú, clavel ensangrentado,
en mi recuerdo azulado,
hortensia, melancolía de un verano,
junto al mar jazmín, regalado,
alegre como un tulipán,
rey tulipán
en mis ojos de niño...
ahora
lejos, lejos de mi rosa,
tú mi rosa,
lejos,
lejos entre siemprevivas,
lejos de la rosa rosa.






El poeta de la Musa.

Quedó la musa enamorada
de los ojos del poeta;
pintó lágrimas en ellos
y versos en su libreta.


En un ángulo de la cama
la dulce lira vivía;
la retrataba cada noche
en forma de poesía.

Una noche, abierta la ventana,
ella se asomó, vio las estrellas;
voló libre hacia la luna
queriendo dormir entre ellas.


Lloró triste el escritor
hasta la madrugada.
Su inspiración había huído,
no le quedaba nada.

Comenzó entonces cada noche
a escribir mirando al cielo;
oscuridad y nostalgia
mezcladas en el tintero.


Y escribió los más bellos poemas
mirando la luna y su blancura,
añorando, sin saber,
que sentada sobre ella dormía su musa.


La Muerte Toca El Violín






Toca la Muerte el Violín,
y no es siempre triste su canción.
Es un baile sin fin
al compás de un reloj.

Es una Danza macabra,
de tono desenfrenado,
en la que tocan todos los músicos,
en la que todo poeta canta.

¿Que pintor no la retrata?
¿Que actor no la interpreta?
¿que escultor no ve en cada cabeza,
una simple calavera?

Nadie pude pretender vivir,
sin escucharla en cada rincón.
Yo siempre la sentí
en lo profundo del corazón.

Es más fácil así,
con el oído en nuestro sino,
ser feliz
y disfrutar nuestro camino.




El camino


Ahora que olviden mi nombre quiero.
Marcharme lejos ¿A donde? ¡Quién sabe!
Pararé allí donde el camino acabe
y tal vez duerma junto al membrillero.

Maldito por nacimiento, soltero,
amar es más que una palabra suave.
En mi cuerpo nadie más que yo cabe,
¡Solamente soy en mi un extranjero!

Huele el arte a muchos lienzos quemados,
al sudor de unos vagabundos vagos
aplastados por genios eclipsantes.

Me alimento de todos mis pecados
aunque no puedo seguir más a Safos.
¡Ah, gemid sin mi, cuerpos asfixiantes!



"Yo" Real.

Que alguien me arranque mi fina existencia.
Que expulse fuera de mí las picaduras de araña
que tengo en mi interior,
que segregan su veneno en cada rincón.

Sal de mí, tristeza endeble
y deja que esa tristeza mezclada con cabreo entre.
Saca de mí la aparente alegría
e inyéctame en vena: una bonita poesía,
cuatro simples versos que definan mi compleja vida.

Deja en mi interior sólo buen color,
arranca de mí la podredumbre del ser un "yo" desconocido.
Deja reconocerme mi sien, que ya yo decido
si soy como soy o como quiere aquel.


Mary Bomen


Mary Bomen vivía conectada a una maquina. Su marido había dicho una vez que ella apenas sería capaz de respirar durante dos segundos sin la maquina. La maquina lo hacía todo por ella. Gracias a la maquina tenía todo solucionado, tanto la nutrición como la respiración. Sin embargo la máquina estaba unida a la corriente eléctrica, la corriente eléctrica a la pared, la pared era la pared del sótano, y claro, no se podía mover la pared sin que la casa se derrumbase por completo. Por esto, Mary Bomen no podía moverse del sótano de su casa, aunque lo cierto es que no tenía gran necesidad de hacerlo. Al menos, no al principio.

Cuando cayó enferma, su marido decidió construir la maquina para que pudiese respirar. Al principio, la maquina conectada por un fino tubo a su espalda ocupaba lo que ocupa una caja de galletas. Una normal, ni grande ni pequeña, de esas de chocolate cuyo olor tanto gustaba a Mary Bomen. Además tenía una batería, así que Mary podía hacer vida normal a condición de pasar un par de horas diarias cargando el aparato y cargar con el a todas partes.
Pero con el tiempo, la enfermedad de Mary se fue agravando, y según ella enfermaba, nuevas mejoras añadía su marido a la máquina. De este modo, llegó un momento en que Mary no podía cargar con la máquina, ni esta podía funcionar solo con una batería, de modo que Mary tubo que quedarse en su cuarto, encerrada y mirando por la ventana, con la única y perpetua compañía de su marido.

Pero los cambios de temperatura y la luz molestaban mucho a Mary, de modo que se despidió de la ventana y se vio recluida (tras una complicada operación) al sótano. Fue allí donde comenzaron los problemas de digestión, que derivaron en la extirpación de partes del aparato digestivo de Mary, que fueron sustituidos por nuevas mejoras en la máquina. Pero Mary no podía ya andar por el sótano libremente. Se vio obligada a permanecer tumbada en una cama. Solo la compañía de su marido permaneció inalterable. Los tubos brotaban de todas partes de su cuerpo. La conectaban. Gruesos, finos, largos, algo más cortos, una maraña que se movía de forma fantasmal.

Su marido cumplía sus recados y caprichos, demostrando así su lealtad. Acompañaba a su esposa. Con el tiempo, pareció que el también enfermaba. La piel se le puso blanca, y hasta amarilla. Brotaron bajo sus ojos negras ojeras. Y tanto tiempo pasaba en el sótano que, cuando tenía que por ejemplo ir a hacer la compra, la luz le molestaba.

Pero nunca tanto como a Mary. Las máximas luces que toleraba eran las procedentes de la máquina y la que brotaba de la vela que acompañaba a su marido en la oscuridad.

No tardo en Ocurrir

Un día Mary decidió que, aunque no podía comerlas, le apetecía oler aquellas galletas de chocolate que tanto le gustaban. Se lo comunicó a su marido, y este acudió a la cocina rápidamente con la intención de solucionar el antojo de su mujer.

Sin embargo, cuando con la caja y la vela descendía las escaleras, tropezó con el treceavo escalón y, poco después el olor de las galletas se mezclo con el aroma metálico de la sangre.

No lloró Mary la muerte de su marido, entre otras razones porque había perdido los lagrimales y era la máquina la encargada de humedecer sus ojos. Sin embargo, si sintió pena. Pero sobre todo sintió asco, y más cuando comenzó a oler el sótano a putrefacción. Mary, sin poder moverse ni cerrar los ojos, porque no tenía parpados ni tampoco accesorio en la maquina que le evitase ver el cuerpo de su marido convertirse en polvo y gusanos.

No acabo la vida de Mary Bomen porque cortasen la luz de su casa. Su Final fue muy diferente.

Todo acabo para ella cuando un hombre, fabricante de venenos exóticos, tiro por el lavabo un compuesto capaz de matar a un elefante.

Su marido nunca se lo dijo a Mary. Lo cierto es que Mary se nutría a través de la máquina, que estaba conectada a un tubo, este a su vez a otro tubo, este a otra maquina, que su marido llamaba depuradora, y la depuradora a la red de desagües del vecindario. La depuradora podía identificar casi cualquier compuesto y eliminarlo si podía resultar dañino para Mary. El resto de compuestos, es decir, los desconocidos y los nutritivos, pasaban a las venas de Mary. Y ese, y no otro, fue el final de Mary Bomem.





Vivir antes de morir.

Ya le sangraban los pies de vivir cuando decidió pararse a llorar, a observar sus entrañas desprenderse de su cuerpo, a partir sus costillas en dos para hacer una hoguera con ellas. Miró sus manos, ensangrentadas, sucias, tristes. Y aquel hueco en mitad de su pecho... por donde asomaban venas azules, a las que se les había arrancado la vida de rabia, colgando, como si quisieran ellas también salir corriendo, huyendo de un cuerpo sin corazón.
Se vio sola en aquel desierto de huellas, de tiempo y de dolor; y su único objetivo era enterrar su corazón lejos, bajo alguna duna donde nunca pudiese ser encontrado; donde los gusanos disfrutasen de él como de un manjar de dioses.
Ahora caminaba triste, con la mirada perdida, imaginando cómo hubiese sido amar, amar algo alguna vez en su vida. Ya no lo sabría jamás...
Caminaba. Caminaba. Creyó ver algo a lo lejos. Una triste y sombía figura. Se paró en seco; ahí estaba él. Caminando por el mismo desierto, sin corazón, con la cara desfigurada y los pies rotos.
Y en ese instante, en ese preciso instante, por primera vez en su vida, el corazón casi muerto que llevaba colgando de una cadena oxidada en el cuello, sintio. Sintió algo. Latio. No por inercia, sino por placer. Y creyó morir con aquel latido, con aquella sensación de estar viva. Viva.
Miró a los ojos de él, desencuadrados, como si sonriesen de dolor.
Caminaron juntos, de la mano.
Ambos buscaban un sitio seguro donde esconder su corazón. Se lo intercambiaron, se abrazaron y huyeron cada uno en una dirección. Lejos. Muy lejos.

Pocos meses después el caso del crimen quedó resuelto cuando se encontró el cadáver de una jóven con un corazón podrido en su bolsillo y, a pocos metros, el cuerpo descuartizado de un hombre.
Ella era la asesina. ¿Asesina? Sólo era un alma que buscaba sentir algo. No conocía el amor, el odio, ni la felicidad;y tuvo que robar el corazón de alguien que sí sintiese. 

Lo necesitaba.
Necesitaba vivir antes de morir.

Yo


Yo soy yo.

Soy libre de escribir lo que quiera. Nadie me tapará la boca. Morderé los dedos de quien lo haga.

La libertad de uno es la ruina de la del resto. El pacto de la sociedad es decir un “no me manosees y no te tocaré demasiado”.

Temo hacer daño. Las palabras duelen como puñetazos. Lo siento. La verdad es la verdad independientemente de que escriba sobre ella o no. Tal vez me equivoque, tal vez alguien sufra en vano. Pero la duda es la muerte de las ideas. Y tengo demasiadas ideas.

He probado el veneno. Me quema por dentro. Pero me hace sentir vivo.

No busco ya la estética sin cabeza. No busco impresionar a nadie más que a mi mismo. Me gustaría impresionarme.




-¿Que piensas cuando haces arte?

-Pienso siempre en los mismo. Yo. Yo, yo, yo, yo, yo, yo. Con variaciones. Yo, yo, yo, ÉL y yo, yo, yo... ¡Sexo! yo, yo, yo...




Nacemos con el llanto en los labios. Pero no voy a llorar más. Me morderé los labios, hasta que sangren. Pero no dejaré que salga una sola lagrima. No más lagrimas de esas. De las otras, si. Pero no más de esas. Un llanto común no le presta atención nadie. Si tu llanto no es especial, más te vale callarte.

No se si mi llanto es especial. No me importa. Es lo que soy. No voy a cambiarlo. No puedo. Si no puedo cambiarlo, al menos voy a disfrutarlo.

Trabajaré.

Duro. Muy duro... hasta que duela. Y lo voy a disfrutar.

No me importa lo mal que suene. Soy mis palabras, y me acepto a mi mismo.

Nada me importa ya. El hombre al que amo murió cien años antes de mi nacimiento. No me importa. El amor es una idea sobre ideas.

Mi trabajo es mi vida. Mi trabajo es creación. Soy creación para la creación. Pienso. Pienso y actúo. Trabajaré hasta el final. Todo lo que sea necesario. No dormiré hasta que lo logre. Sin descanso. Algo me empuja a ello. Tal vez mi locura. Tal vez mis sueños.



YO soy mi limite.





Romance con la Ciudad


El mundo se abrió de piernas. El olor fue desagradable.


He vivido hasta ahora dieciocho años. Ni uno solo pisando la tierra. El hombre ya no pisa la tierra. Se conforma con el asfalto. Le encanta. Tú, como yo, has vivido el asfalto. Has dormido en el, y has vomitado en su calzada.

Los coches con sus ruedas arañan el gris y ennegrecen el aire.

El tráfico es interminable a la entrada de la ciudad, la gran ciudad. En esa entrada se encuentra la otra ciudad, que nació descompuesta y pútrida. Las chabolas y los palacios de bolsas de la basura se rinden cada mañana al sol de la muerte y la droga. “La otra ciudad” es el prepucio de la gran ciudad. La rodea, y en el fondo se funde con ella. La protege... sin ella no sería tan divertida.

En “la otra ciudad” no importa la vida. De hecho, los hombres valen más muertos que vivos allí.

Los túneles del metro se abren como ansiosos coños negros ya en la entrada de la ciudad. Te dan la oportunidad de abandonar el asfalto, y despedirte de la luz del sol. Prometen la felicidad, y llevarte a donde más desees.

Puedes viajar a donde quieras. Si tú bolsillo está lleno, todas las puertas están abiertas. La ciudad y su grandeza te acarician en las profundidades.

De camino al sur, la ciudad de la juventud. La Universidad. Oh, si, el mayor prostíbulo de la ciudad. Allí se paga por compartir lecho con cualquiera de las artes o las ciencias. Pero no hay puta sin precio. Nada allí es puro. Si sales de allí virgen, eres tonto o un héroe.

La ciudad es dinero. Todo allí vale, pues todo tiene precio.

La tierra no tiene precio. La verdad no tiene precio. El amor no tiene precio. Y esas son cosas que no encontrarás en la ciudad. No tienen precio, no se pueden comprar. Por eso no las encontrarás en la gran ciudad.

Las tiendas abren sus puertas, y prometen la felicidad eterna. Tienen un gran éxito. Pero no les pagas con mirar. Tarde o temprano, te hablarán. ¿Quien no se dejaría embaucar?

El Corte Inglés y los otros cortes. De mis muñecas brota sangre. No parecen saberlo. Para ellos estoy hecho de dinero. Y no les importa quedarse conmigo, herirme y colgarme sobre un cuenco para ser suyo. Gota a gota. Perfume a perfume. Libro a libro y mierda a mierda. No importa que me vendan mientras les pague. Y al resto del ganado no les importa. Creerán que han ganado ellos, que el vendedor está su servicio. Que me lo cuenten en el escaparate de la carnicería.

Pensar que eres feliz no es lo mismo que serlo. Que te expriman produce sufrimiento. Por eso solo es feliz aquel al que no pueden exprimir. Al menos, antes de morir de hambre.

Las primeras calles no son tan distintas de la “otra ciudad”. La miseria también se arrastra por ellas. Mejor vestida, pero la misma. Camina con miedo por esas calles. Los atracos están a la orden del día. Y sin tú cartera no eres nadie en la ciudad. No hay atracos con éxito que no sean mortales. Un hombre pobre es un hombre muerto.

Hay más calles. Después de estás, están las calles tranquilas. En ellas todo el mundo está vivo por fuera. Pero no conozco a nadie que lo esté por dentro. Muchos han estado en el gran prostíbulo, y casi nadie no ha pasado por los colegios. Los colegios son grandes fabricas de mediocridad. Quien no lo es, sufre, quien lo es, al menos vive. Y a quien le gustaría serlo se le señala con el dedo de por vida. En el colegio nos ponen etiqueta, código de barras y manual de uso. Yo en la nuca tengo escrito el año en que caduca mi garantía. Por más que me giro, no logro verlo. Es deprimente. Pero me han dicho que en mis instrucciones está escrito que soy difícil de manipular, bastante inútil y que no deben dejarme al alcance de niños menores de cualquier edad. Eso me gusta.

Las calles grandes son para gente alta. Toda la gente allí es alta. Se han estirado gracias a dos ejercicios musculares. El primero consiste en retorcer la columna vertebral para mirar por encima del hombro a los demás. El segundo, relacionado con las articulaciones, consiste en la habilidad de darte por culo sin que lo sepas hasta que...

Pero a pesar de la gente, me gustan las calles grandes.

Las calles grandes son inmortales. Las decisiones grandes se tomaron en las calles grandes.

La ciudad es el nuevo Infierno Prefabricado. En los tiempos antiguos, los infiernos se los hacía cada uno por su cuenta. Ahora, se hacen en serie, y son muy ergonómicos. La ciudad puede hacer sufrir a cualquier ser humano. Solo tienes que estar dispuesto a pagarlo.







El Mar


Soy capitán de un barco sin rumbo;
y en cubierta, ahogado por el humo
de la maquinaria que nos mueve,
suspiro con amor por quien corresponderme no puede.

El olor del mar ya no es lo mismo,
toda su libertadora belleza se ha corrompido.
La luz verde de sus olas,
se vuelto pálida y rosa.

En su viento solo quedamos nosotros,
no hay dioses ni seres monstruosos,
mi espada con el tiempo se oxidó,
y un día, finalmente, quebró.

Mas sigo en mi barco, capitán de mis deseos,
sin acatar ordenes, sin atender ningún sentimiento.
Me mueve hacia ningún lugar
este autómata maquinal.

Con añoranza observo,
el atardecer dorado antes del negro.
Solo, sentado en la popa, mientras la luz se va,
sin más compañía que la espuma del mar.


Luciérnagas mentales.


Extrañas anomalías superfluas
condensan el oxígeno de al rededor;
reposan suave en mis pulmones,
yo las aspiro hacia el corazón.

Tibias mariposas color café
que vuelan ante mis ojos como larvas,
se posan en mis dedos bajo cero
y resbalan amargamente hacia mi tráquea.

Empieza la función
en mi gran manicomio mental;
nadie se para a respirar
mi óxido color metal.

Ya no tropiezan mis pies,
ni tiemblan frías mis manos;
ahora ya sé lo que soy:
un despreciable pedazo humano.

Vuelvo a casa sin tu luz,
camino lento imaginando;
me consuela que me iluminen
estas luciérnagas danzando.


 

Soneto a la Ciudad Vieja


Doble arcada como la noche obscura
sobre la que se alza la ciudad vieja.
Yo aguardaba en mi lado de la reja
protegido en esa mansión segura.

Sintiendo del tiempo la mordedura
a mis ojos el cielo se despeja.
Viviendo lo que se desaconseja
por mil años cada sentir perdura.

Camina en cada uno los callejones,
apóyate con placer en la piedra
y abandona las calles de la hambruna.

Prepara suficientes corazones
pues quien de verdad ama jamás medra.
Casas hay muchas. Catedral, sólo una.


Cada trayecto; Otra poesía.

Tristes poetas de calle, eso somos.

Cada pisada es un verso roto;
cada caída es un acento.
Cada mañana un nuevo encuentro;
cada mirada un ojo tuerto.

Andamos en la desidia, caminamos de puntillas.

Otro paso es una rima en asonante;
otra caída un nuevo aprendizaje.
Otra noche en soledad, mil lágrimas que secar;
otra percepción menos natural.

Poetas caminantes, inhibidores del desastre,
creadores de noches en las que el pensamiento es quien mande.

Oración Pagana


De la hiedra en la ruina crecen las flores
y sin belleza rompen cualquier arte.
Sin querer de esta liza formar parte,
sin prosperar como esos desertores.

¡Desprender de mi todos mis errores!
Dios esteta, guerrero como Marte,
la gran perfección será mi estandarte
y no dudaré ante sus agresores.

Inmolado por mi ser morirá
mi alma con esas insulsas canciones.
No brotará ya ni una soleá.

Mas sabed que actuaré aun sin vuestros dones,
mi sangre su acto estéril mancillará
y daré a luz los más bellos dragones.


Primer indicio.

Seré un "yo", seré un "tú",
seré la poesía que alumbre tu oscura luz.

Seré lo que me pidas
por este corto plazo,
seré mi delgadez
plasmada en un papel en blanco.

Seré a veces mariposas,
a veces guepardos;
seré quien soy:
un poeta hecho de malos tragos.

Seré inseguridad,
seré un disfraz de felicidad
que tu sed no podrá saciar.

Seré romántica empedernida,
seré lluvia líquida y fría.
Seré tu sien, seré tu abril,
seré lo que tú hagas de mí.

Y al ser tanto no seré nada,
seré un cuerpo posado en una cama.

Seré tripas y entrañas,
seré amor y pestañas;
seré, en un cuerpo, un alma encerrada.
Seré costillas y átomos,
seré una flor marchita a la que riegan los años.

Seré lo que no soy,
seré lo que soy yo:
la triste poetisa que hoy viaja en tu vagón.




Autorretrato

Acromática cáscara de hielo,
que supura pestañas oscuras,
fragmento gris poliédrico,
retratante demente de musas.

Figura rota por espejos,
febril respiración aislada;
trenza de venas y huesos,
poesía en sangre coagulada.

Negra tristeza quebrada,
ruinas sin ganas de erguirse,
Luz arterial apagada;
verso vivo en un eclipse. 



Soneto Primero


Abortado al mundo rozando espadas,
soy hueso, carne, fealdad sin alma,
luchando por encontrar esa calma
y esa belleza siempre deseadas.

Mil penas pasadas, son demasiadas,
no hay suerte y fuerzas faltan en mi palma,
sin cesar la tormenta, el mar no encalma
se hunde mi barco en sus aguas saladas.

Se clavan mis dedos en el papel:
arrancando negras deformidades,
apuntando una pistola a mi sien.

El arte hierve frío bajo mi piel.
Muerto lejos de vuestras santidades,
mi nombre será Sebastián Vulmén.


Presentación


Corren por las vías del metro más letras que sangre por mis venas.

En una presentación se dan a entender la finalidad y las intenciones de un proyecto. Este proyecto no tiene ninguna finalidad. Pero, por suerte, tenemos algunas intenciones. Si no, no valdría la pena escribir una presentación. De hecho, no merecería la pena escribir un blog.

La ciudad sin la ciudad solo es la ciudad.

El hombre libre es amo solo del hombre contiguo.

El genio es mendigo. El amor es mendigo. Pero el mendigo... solo es un pobre mendigo.

¿Que es un poeta subterráneo? Desde luego no una persona. Dejo de serlo hace tiempo. Tal vez nunca lo fue. Un poeta subterráneo no escribe poesía. Un poeta subterráneo ES poesía.

¿Que poesía? La de la tinta que brota de los azulejos en las estaciones del metro. Esa poesía. Magra. Subcutánea.

¿Por que..? no hay porque. No, no hay razón. Todos los días paso una hora en la linea circular, y mucha otra gente también, sin que haya razón para ello.

¿Para que? Dios no quiera saberlo. Tú mismo, lector, no quieras saberlo. Yo mismo pretendo olvidar ESO. Pero, quien sabe... leer no hace mal a nadie. Siempre. Nunca. No significa no. No importa.

Sin preguntas no hay respuestas. Sin lectores, no hay poesía.

El hombre sin fondo de plumín negro viaja sin prisa en el metro. La persona sin palmas da vueltas en la linea uno. Multitudes despobladas corren despacio en las galerías. Pero todos mueren entre los vagones.

Bienvenido lector bien venido. No busques más palabras en las palabras vacías. Aquí, tres poetas claman en la sombra. Solo hay negrura. No llega la luz a los túneles más profundos.

Aplausos. El director se gira, y mira a la orquesta. Alza la batuta, y el andén se inunda de un ruido infernal.

Comienza la Música.