Mary Bomen


Mary Bomen vivía conectada a una maquina. Su marido había dicho una vez que ella apenas sería capaz de respirar durante dos segundos sin la maquina. La maquina lo hacía todo por ella. Gracias a la maquina tenía todo solucionado, tanto la nutrición como la respiración. Sin embargo la máquina estaba unida a la corriente eléctrica, la corriente eléctrica a la pared, la pared era la pared del sótano, y claro, no se podía mover la pared sin que la casa se derrumbase por completo. Por esto, Mary Bomen no podía moverse del sótano de su casa, aunque lo cierto es que no tenía gran necesidad de hacerlo. Al menos, no al principio.

Cuando cayó enferma, su marido decidió construir la maquina para que pudiese respirar. Al principio, la maquina conectada por un fino tubo a su espalda ocupaba lo que ocupa una caja de galletas. Una normal, ni grande ni pequeña, de esas de chocolate cuyo olor tanto gustaba a Mary Bomen. Además tenía una batería, así que Mary podía hacer vida normal a condición de pasar un par de horas diarias cargando el aparato y cargar con el a todas partes.
Pero con el tiempo, la enfermedad de Mary se fue agravando, y según ella enfermaba, nuevas mejoras añadía su marido a la máquina. De este modo, llegó un momento en que Mary no podía cargar con la máquina, ni esta podía funcionar solo con una batería, de modo que Mary tubo que quedarse en su cuarto, encerrada y mirando por la ventana, con la única y perpetua compañía de su marido.

Pero los cambios de temperatura y la luz molestaban mucho a Mary, de modo que se despidió de la ventana y se vio recluida (tras una complicada operación) al sótano. Fue allí donde comenzaron los problemas de digestión, que derivaron en la extirpación de partes del aparato digestivo de Mary, que fueron sustituidos por nuevas mejoras en la máquina. Pero Mary no podía ya andar por el sótano libremente. Se vio obligada a permanecer tumbada en una cama. Solo la compañía de su marido permaneció inalterable. Los tubos brotaban de todas partes de su cuerpo. La conectaban. Gruesos, finos, largos, algo más cortos, una maraña que se movía de forma fantasmal.

Su marido cumplía sus recados y caprichos, demostrando así su lealtad. Acompañaba a su esposa. Con el tiempo, pareció que el también enfermaba. La piel se le puso blanca, y hasta amarilla. Brotaron bajo sus ojos negras ojeras. Y tanto tiempo pasaba en el sótano que, cuando tenía que por ejemplo ir a hacer la compra, la luz le molestaba.

Pero nunca tanto como a Mary. Las máximas luces que toleraba eran las procedentes de la máquina y la que brotaba de la vela que acompañaba a su marido en la oscuridad.

No tardo en Ocurrir

Un día Mary decidió que, aunque no podía comerlas, le apetecía oler aquellas galletas de chocolate que tanto le gustaban. Se lo comunicó a su marido, y este acudió a la cocina rápidamente con la intención de solucionar el antojo de su mujer.

Sin embargo, cuando con la caja y la vela descendía las escaleras, tropezó con el treceavo escalón y, poco después el olor de las galletas se mezclo con el aroma metálico de la sangre.

No lloró Mary la muerte de su marido, entre otras razones porque había perdido los lagrimales y era la máquina la encargada de humedecer sus ojos. Sin embargo, si sintió pena. Pero sobre todo sintió asco, y más cuando comenzó a oler el sótano a putrefacción. Mary, sin poder moverse ni cerrar los ojos, porque no tenía parpados ni tampoco accesorio en la maquina que le evitase ver el cuerpo de su marido convertirse en polvo y gusanos.

No acabo la vida de Mary Bomen porque cortasen la luz de su casa. Su Final fue muy diferente.

Todo acabo para ella cuando un hombre, fabricante de venenos exóticos, tiro por el lavabo un compuesto capaz de matar a un elefante.

Su marido nunca se lo dijo a Mary. Lo cierto es que Mary se nutría a través de la máquina, que estaba conectada a un tubo, este a su vez a otro tubo, este a otra maquina, que su marido llamaba depuradora, y la depuradora a la red de desagües del vecindario. La depuradora podía identificar casi cualquier compuesto y eliminarlo si podía resultar dañino para Mary. El resto de compuestos, es decir, los desconocidos y los nutritivos, pasaban a las venas de Mary. Y ese, y no otro, fue el final de Mary Bomem.





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