Soy capitán de un barco sin rumbo;
y en cubierta, ahogado por el humo
de la maquinaria que nos mueve,
suspiro con amor por quien
corresponderme no puede.
El olor del mar ya no es lo mismo,
toda su libertadora belleza se ha
corrompido.
La luz verde de sus olas,
se vuelto pálida y rosa.
En su viento solo quedamos nosotros,
no hay dioses ni seres monstruosos,
mi espada con el tiempo se oxidó,
y un día, finalmente, quebró.
Mas sigo en mi barco, capitán de mis
deseos,
sin acatar ordenes, sin atender ningún
sentimiento.
Me mueve hacia ningún lugar
este autómata maquinal.
Con añoranza observo,
el atardecer dorado antes del negro.
Solo, sentado en la popa, mientras la
luz se va,
sin más compañía que la espuma del
mar.
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