Encontré sus lápices
entre tus poesías,
y me di cuenta
de que yo ya no era tu musa.
Me abracé a tus versos
y, por primera vez,
cubierta de ellos
me sentí desnuda.
Lloré.
Lloré por haberte perdido,
por haber fracasado
en mi intento
de existir contigo.
Y lágrimas negras cayeron
de mi ser hacia un cuaderno,
donde intenté resucitarte
entre los versos más bellos.
Me faltaron palabras,
me sobró existencia;
y sólo la tinta roja de mis muñecas
logró escribirte entre un par de letras.
Allí estabas otra vez;
cada delicada vocal
al final de una frase
rozaba tu tez.
Fuiste la cómplice poesía
de mi muerte más fría;
de la reencarnación
de mi alma en rima.
Fuiste mi última musa,
la definitiva,
la que puso el punto final
a mi negra poesía.
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