Extrañas anomalías superfluas
condensan el oxígeno de al rededor;
reposan suave en mis pulmones,
yo las aspiro hacia el corazón.
Tibias mariposas color café
que vuelan ante mis ojos como larvas,
se posan en mis dedos bajo cero
y resbalan amargamente hacia mi tráquea.
Empieza la función
en mi gran manicomio mental;
nadie se para a respirar
mi óxido color metal.
Ya no tropiezan mis pies,
ni tiemblan frías mis manos;
ahora ya sé lo que soy:
un despreciable pedazo humano.
Vuelvo a casa sin tu luz,
camino lento imaginando;
me consuela que me iluminen
estas luciérnagas danzando.
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